Estrés otoñal ¿mito o realidad?

Imagina que acabas de llegar a casa tras un día complicado de trabajo o estudio, con resaca de vacaciones que, como siempre, han sido muy breves. ¿Nos da por lanzarnos a la caja de las galletas o se nos cierra el estómago de forma sorprendente?

El estrés cotidiano afecta la conducta alimentaria de forma diferente.

“Lo habitual es que en estado de estrés, exista más apetito. Y curiosamente en ese momento lo que apetece con mayor frecuencia suelen ser alimentos dulces, bollería o aquellos que gustan personalmente. “

El estrés emocional surge cuando sucede algo en nuestro mundo interior o en nuestro entorno, que estimula una respuesta en el sistema cerebral neuroendocrino. De forma instintiva buscamos algo que elimine la causa estresante y regresar así un nivel placentero.

El estrés puede originarse por un pensamiento, como el preocuparse por algo o disgustarse, o por un estímulo externo, como el causado por un examen o determinadas situaciones profesionales o personales.

Ya que el estrés forma parte de nuestra vida diaria, nuestro modo de alimentarnos bajo sus efectos puede afectar nuestra nutrición y salud en general.

Enfrentarse o huir

Ante una situación incómoda o inesperada, nuestro Sistema Nervioso Autónomo impulsa una respuesta refleja de “lucha o huída”. Se produce una descarga de alarma, a cargo de adrenalina, la cual facilita la llegada de más caudal de sangre al cerebro, al corazón y a los músculos, no al sistema digestivo. Ello prepara nuestro cuerpo a escapar o pelear.

Habitualmente, este estado de alerta “cierra el estómago” e incluso puede provocar náuseas. Es una respuesta de alarma. Sin embargo, en situaciones incómodas mantenidas, el estrés incita a comer más. ¿Cómo se explica este fenómeno? El organismo sabe adaptarse a situaciones crónicas desfavorables a través de su sistema hormonal y buscando inconscientemente una autosatisfacción en manjares apetecibles.

Dietas de adelgazamiento y estrés

Hoy en día muchos de nosotros mantenemos una dieta para adelgazar o “vigilar el peso”. Generalmente esto implica controlar el tipo y la cantidad de alimentos que se consumen. Estas personas hacen caso omiso de las señales que les indican que tienen hambre, y comen menos de lo que les gustaría. En otras palabras, restringen su alimentación… y modulan la satisfacción.

Las personas que comen en función de su apetito, no se imponen límites. Se ha demostrado en repetidos estudios, que limitar la alimentación con esfuerzo, facilita el comer más ante una situación estresante, mientras que quienes se dejan llevar por su apetito, suelen comer menos . Por tanto, lo correcto es planificar una pauta alimentaria no agobiante, coherente y apetitosa, con la ayuda de vuestro endocrino y sus colaboradores nutricionistas.

Más estrés, más apetito

Lo habitual es que en estado de estrés, exista más apetito. Ello se relaciona con una red de cambios bioquímicos entre los que destaca un gasto excesivo de la “hormona de la satisfacción”, la serotonina. El instinto de satisfacción suele vencer lo razonable en esos momentos. Y curiosamente en ese momento lo que apetece con mayor frecuencia suele ser alimentos dulces, bollería o aquellos que gustan personalmente.

Estrategias para enfrentarse al estrés

Existe un hecho que hoy se valora mucho en nutrición. Se trata de reducir la ingesta de alimentos que contienen hidratos de carbono refinados (pastelería, bollería, chocolate, arroz, pasta…) y utilizar controladamente los no refinados (patatas, pan integral y cereales, legumbres, fruta).

Una ingesta abundante en alimentos ricos en carbohidratos unida a sedentarismo, facilita el incremento de insulina en sangre (hiperinsulinismo), lo cual aumenta el apetito, facilita el almacenamiento de grasa y dificulta su eliminación.

Recordar un Bioestilo eficaz y flexible es la mejor manera de controlar satisfactoriamente el peso y la revitalización. Comprende una vida física activa, un mantenimiento psíquico ágil y un eje alimentario, tipo “Alimentación Atlántica”, rico en hortalizas, pescados, mariscos y productos de granja (pollo, pavo, huevos, carnes sin grasa y lácteos frescos), más generosa ingesta de agua.

Este sencillo resumen es de gran valor para mantener a raya los “terremotos bioquímicos” que influyen tanto en el estrés.

En todo caso debe realizarse un diagnóstico diferencial que descarte otras alteraciones endocrinas enmascaradas por ese desequilibrio emocional.

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